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Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos nos cruzamos con gran variedad de uniformes: niños yendo a la escuela uniformados por la mañana, trabajadores con mono azul, la cajera del supermercado vestida de uniforme con el logo y el color de la tienda… Quizá por la tarde volvamos del trabajo en coche mientras un par de policías con vestidos reflectantes guían el tráfico. Tal vez, por la noche salimos a cenar fuera y nos atiende un camarero con traje de servicio. Si nos paramos a pensar nos daremos cuenta de que el uniforme está presente en cualquier rincón de nuestras rutinas. Forma parte de nuestras vidas. Pero ¿por qué vestimos uniformes?
¿Somos lo que vestimos?
El uniforme tiene tras de sí una larga historia. Tan larga como la del hombre. “Desde que estamos en la Tierra hemos usado la indumentaria, ya sea para protegernos del frío o como símbolo. Y los primeros atuendos diseñados respondían a la necesidad de diferenciar clases sociales y roles. Así nace el uniforme”, asegura Daniel Louzao, artista plástico y profesor de Historia de la indumentaria en la Escuela Superior de Diseño y Moda Felicidad Duce. “Entre el Tigris y el Éufrates, en la región de Sumeria de Mesopotamia, surgió la escritura occidental hacia el 3.200 a.C.
Y desde el desciframiento de tal escritura hace siglo y medio tenemos registro de los primeros uniformes de la historia como el kaunake (especie de falda realizada con mechones de piel animal) o el traje persa (un kaftán con algo parecido a un pantalón) que usaban los guerreros”. Por tanto, se puede afirmar que el registro más temprano del uniforme tiene que ver con la guerra, pero también con la religión. Todas las civilizaciones que conocemos, sin excepción, lo han usado. “Siempre que hablamos de sociedad hablamos de un determinado orden que se manifiesta en el ámbito público de una manera u otra. Se puede expresar mediante modificaciones corporales como tatuajes o escarificaciones, pero desde que llevamos ropa la manera más fácil de hacerlo es a través de ella”, apunta Martí.
Uno de los mayores poderes del uniforme es la colectivización. La despersonalización es una condición sine qua non. Juan Antonio Pérez, catedrático de Psicología Social de la Universidad de Valencia, indica que el uniforme produce tres efectos: la desindividualización, el orden y la jerarquía. “Quien viste un uniforme deja de ser individuo y se convierte en grupo. El uniforme ayuda a codificar y a diferenciar a distintos colectivos de un vistazo. Pero la diferenciación nunca es neutra, siempre supone la expresión de la relación de poder, estatus o prestigio”. No causa la misma sensación pasear por la calle con el uniforme de un fast food que con el de una universidad de élite, “todo depende del prestigio del colectivo al que representa”. De todos modos, Jaime Ceballos, redactor de la revista de vestimenta laboral Fashionwork cree que en España no hay cultura del uniforme. “En el Reino Unido se ve gente vestida de uniforme en la calle mientras va al trabajo. En cambio, aquí, quien trabaja con él sale de casa con ropa normal y se lo pone al llegar a la empresa. Nos da vergüenza vestirlo”.
El uniforme es marketing
En la medida en que la sociedad ha cambiado, el uniforme ha entrado en el siglo XXI totalmente renovado. “Ha pasado de ser simplemente ropa de trabajo a ser parte de la imagen corporativa y la estrategia de mercadotecnia”, según el profesor de Historia de la Indumentaria Daniel Louzao. “Sobre todo en el área de las empresas de servicios, donde la excesiva competencia del mercado hace que el uniforme sea el primer contacto visual que el cliente percibe”. El uniforme es marketing, un elemento de comunicación de la empresa. Por ello, no tiene por qué ser conservador, serio y austero. Se trata de captar al instante al cliente convirtiendo al empleado en anzuelo. Es un ejemplo muy ilustrador que el primer uniforme de servicio con patente en Estados Unidos fuera la conejita Playboy. De todos modos, los poderes positivos del uniforme no son sólo de cara a la galería y para mostrar una imagen de confianza al cliente. “Usarlo en el trabajo puede ayudar en las empresas porque al colectivizar al individuo hace que el trabajador se sienta parte de la compañía”, señala Josep Martí. En definitiva, el trabajador se convierte en publicidad de la empresa, pero a su vez facilita el funcionamiento interno ya que es un elemento integrador del equipo humano.
Instintivamente, solemos situar al uniforme en las antípodas de la modernidad, la innovación y la juventud. Nada más lejos de la realidad. Hoy en día, uniforme y moda van de la mano, aunque podríamos encontrar más de un ejemplo de este binomio a lo largo de la historia. Los húsares son el prototipo de la influencia de la moda y el fetichismo en el uniforme militar. Estos soldados de caballería de la Hungría del siglo XV vestían trajes tan vistosos que más que héroes de guerra se convirtieron en iconos de moda. En las últimas décadas, los diseñadores más prestigiosos han trazado las líneas de vestir de varias empresas. En España, Iberia fue la pionera en introducir a diseñadores en el mundo de la uniformidad. Pedro Rodríguez, Pertegaz, Elio Berhanyer, Alfredo Caral y Adolfo Domínguez han sido, desde 1954 hasta hoy, los que han vestido a la compañía aérea. El año pasado fue elegida como la cuarta compañía mejor vestida en una encuesta a usuarios del buscador de vuelos Skyscanner. La introducción de los diseñadores en la ropa laboral se ha ido generalizando durante los últimos años y hoy en día es fácil encontrar la firma de un gran modisto tras un delantal. El diseñador barcelonés Antonio Miró, por ejemplo, se encargó en el 2005 de renovar los uniformes de la Federació Catalana de Carnissers, Cansaladers i Xarcuters.
“La relación entre la moda y los uniformes es imprescindible”
Ana Buil está convencida. Ella es responsable de marketing y comunicación de Joma’s Uniformes, una de las empresas más importantes del sector en España. “En cada modelo que creamos siempre consideramos tres factores: la imagen corporativa, la moda y el diseño, y el tecnicismo de última generación específico para cada sector”. Joma’s Uniformes diseña ropa laboral para cuatro sectores distintos: industria, sanidad, hostelería y restauración, y estética y peluquería. “Un uniforme, como ropa de trabajo que es, debe ser ante todo cómodo, que a su vez proteja al usuario y, además, pueda marcar tendencia. Por ello, la nueva apuesta es por el i+d+i. Cada vez aplicamos más tejidos técnicos: transpirables, anti-manchas, antibacterianos e incluso ignífugos”. El uniforme laboral ha entrado en otras dimensiones incorporando novedosos colores y cortes.
Moderno o anticuado, el uniforme sigue haciendo valer sus poderes. E incluso tras haber indagado sobre él, la pregunta inicial sigue en el aire. ¿Es la gente la que lleva uniformes o es el uniforme el que lleva a la gente? Podríamos añadir otra. ¿Podemos llegar a contagiarnos de la personalidad que desprenden? Nos sobrará tiempo para seguir buscando una respuesta ya que como asegura el antropólogo Martí, el uniforme no va a desaparecer. “La necesidad de formar una colectividad es intrínseca al ser humano”.
Fuente: Jon Fernández lavanguardia.com (artículo completo).
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